

En este contenido queremos compartir contigo todo lo necesario para entender y manejar la incertidumbre
La expresión tan repetida últimamente “nueva normalidad” contiene una cierta contradicción puesto que la normalidad, para serlo, requiere de costumbre y, por contra, lo que es nuevo todavía no es normal. Si bien es cierto que los términos “nuevo” y “normal” no casan, el significado de tal expresión sí tiene cierto sentido dado que pretende decir que nuestra vida cotidiana va a cambiar. La pandemia ha transformado nuestra forma de vivir forzándonos a generar una “nueva normalidad” – distinta de la anterior- que, para gestarse, necesita de un elemento esencial: tiempo.
Vivir un proceso de cambio puede resultar tremendamente incómodo. Saber que las cosas funcionan de una determinada manera provoca una sensación de confort, tal y como ocurre cuando uno aprieta el interruptor de la luz y en el 99% de los casos ésta se enciende. Sin embargo, cuando ocurren hechos inesperados brotan sentimientos desagradables (enfado, ansiedad, preocupación, etc.) que fuerzan a las personas a buscar la manera de recuperar el equilibrio anterior. Así, cuando el autobús no pasa por la parada a la hora estimada, el enfado y la preocupación nos impulsan a buscar un remedio para no llegar tarde al trabajo.
La previsión de la catástrofe y la eventualidad es un mecanismo mental que sirve para darnos más oportunidades de sobrevivir. Si soy capaz de prever que al doblar la curva puede venir un coche podré evitar que me atropelle, pero si no me preocupa y no me protejo con mayor probabilidad me llevará por delante. El cerebro humano tiene la capacidad de recompensarnos con emociones agradables cuando conocemos la realidad y de castigarnos con malestar ante la incapacidad para explicar lo que sucede.
De esta manera, la incertidumbre, que es un estado mental que se produce por la imposibilidad de predecir con exactitud un resultado futuro, sirve como herramienta evolutiva porque nos ayuda a sobreponernos a la amenaza.
Aun siendo un recurso de supervivencia, la incertidumbre llevada al extremo puede resultar un problema para la vida cotidiana. Al igual que no tenerla puede dar lugar a actuar de una manera temeraria, tenerla en exceso puede ser tremendamente incapacitante.
La intolerancia a la incertidumbre puede dar lugar, por ejemplo, a la lectura compulsiva de noticias sobre la pandemia para pronosticar un futuro desconocido que puede llevar a un estado de paralización de otros aspectos importantes de la vida, como dormir o relacionarse con los demás.
La vida en la actualidad nos dota de mecanismos que nos permiten tener un control mucho mayor del que tenían nuestros antepasados. Podemos predecir el curso de un cáncer o el clima de los próximos días y, en ambos casos, buscar todo tipo de remedios que alteren lo menos posible nuestras vidas. Sin embargo, esto nos lleva a un espejismo haciéndonos creer que podemos controlarlo todo y la pandemia nos recuerda lo equivocados que estamos. En nuestra sociedad se habla de lo aleatorio casi tan poco como de la muerte y tenemos que educarnos social e individualmente para convivir con la incertidumbre y con su manejo.
Si eres una persona que no tolera bien la incertidumbre, te proponemos algunas claves de gestión:
- La incertidumbre es una reacción normal que te permite anticiparte y prevenir sucesos eventuales. El miedo a lo desconocido es necesario para que pongas en marcha acciones que te permitan reestablecer la estabilidad a la que estás acostumbrado y adaptarte a la situación.
- Acepta que no puedes saberlo todo. Según el sociólogo Z. Bauman “la única certeza es la incertidumbre”, título que encabeza este artículo, y que quiere decir que si hay algo seguro es que hay cosas que no pueden saberse hasta que ocurren. Esta cita no puede ser tan solo un juego de palabras. Reflexiona sobre la realidad de su contenido. Acostúmbrate, renuncia a no poder controlarlo todo y dete permiso para sentir cierto grado de agobio. Presta atención al presente y prevé razonablemente con los datos que tienes, asumiendo tus limitaciones y sin demasiadas pretensiones. Si a ti lector, que eres una persona inteligente, te surge la pregunta evidente de ¿qué cosas podemos prever y qué cosas no podemos prever?, permítete decirte que en esta idea demuestras una cierta intolerancia a la incertidumbre.
- No te inyectes sufrimiento. Vivir con incertidumbre ya es desagradable de por sí. No centres tu atención en luchar por saber lo que no puedes saber. Esto solo hará que te sientas culpable, frustrado e inútil por no poder dar respuesta a lo que quieres a pesar de tus esfuerzos y añadirá más sufrimiento al que ya tienes. El empeño en la planificación absoluta es irracional. Haz lo que puedas y no tengas demasiado miedo a equivocarse, porque te va a equivocar. Todos lo hacemos y si no nos crees observa cómo se arruinan los expertos en Bolsa.
- Cuídate. Duerme y come bien, haz ejercicio físico, sal a pasear, relaciónate con tus amigos y haz aquellas cosas que más te gustan. Son numerosísimos los estudios científicos que relacionan tales actividades con la reducción de los niveles de ansiedad y tristeza.
- No subestimes tu capacidad. Las personas tienen miedo acerca de cómo se las arreglarán si el COVID-19 afecta a su sueldo, a sus hijos en el colegio, si tienen que volver a enfrentar una cuarentena, etc. La mente humana es extremadamente buena para predecir lo peor. Sin embargo, los estudios indican que las personas tienden a sobreestimar los efectos negativos y a subestimar su capacidad para enfrentarse a ellos. Recalcula cuántas veces has superado un miedo y ten en cuenta que tu naturaleza humana está repleta de mecanismos automáticos de protección.
- No sobreestimes la amenaza. La incertidumbre se alimenta de la preocupación sobre hechos que no han ocurrido. No des pábulo a noticias cuyo objetivo es «vender periódicos». Acude a fuentes que mejoran la calidad de tu información, sabiendo que también pueden equivocarse, pero en menor proporción.
- Recurre a los demás. Comprender que el miedo a lo desconocido es una característica humana te permitirá juzgarte a ti mismo y a los demás con menos dureza. Desahógate con aquellas personas de confianza y permite que lo hagan contigo. A través de las emociones de los demás podrás entender las tuyas propias, verás que no eres el único que te preocupas, podrás comprender lo que le pasa con más distancia emocional y te agobiarás menos.
Si a pesar de todo, te siente con malestar y te percibes incapaz de manejar la situación tu solo, no dudes en pedir ayuda profesional, recuerda que aprender, incluso ante estas situaciones tan delicadas y angustiosas, te permitirá a generar nuevas competencias y habilidades de afrontamiento.