

Nuestra capacidad para simplificar y ordenar la información que procede del exterior nos impele a determinar constantemente qué es normal y qué no lo es, con el fin de establecer lo que en nuestro entorno debe ser esperable y lo que no.
Esta capacidad puede tener una serie de ventajas evolutivas, puesto que aquello que no es esperable puede suponer un peligro potencial y, al detectarlo, nos alerta y nos permite poder evitarlo. De este modo, calificar tanto el comportamiento de los demás como cualquier otra circunstancia nos sirve para dibujar un mapa de situaciones que nos posibilita desenvolvernos y orientar nuestro comportamiento con razonable seguridad. Sin embargo y como veremos, este mapa resulta muchas veces imperfecto llevándonos frecuentemente a lugares y conclusiones equivocadas.
¿Qué criterios definen lo que es «normal» y no lo es?
Los criterios que solemos emplear para definir lo normal y lo anormal son los siguientes:
- Un criterio estadístico que se basa en la observación y establece que lo normal es lo que aparece con mayor frecuencia. Se sabe que el 85% de la población española experimenta todo tipo de emociones sin dificultad y no presenta signos de psicopatía. Por lo tanto, entendemos que lo normal es que la gente no cometa delitos asociados a psicopatía, mientras que lo anormal es lo contrario. Saber que el comportamiento de nuestros prójimos es razonablemente previsible nos permite vivir con cierta tranquilidad. Ahora bien, ¿qué probabilidad hay de haberse cruzado hoy mismo por la calle con alguien con rasgos psicopáticos? Si recurrimos de nuevo a los datos, sabemos que se espera que aproximadamente un 15% de la población presente este tipo de conductas. Y es que la sensación de normalidad entendida como “lo esperable” no excluye los comportamientos extremos del espectro de probabilidades, aunque sean menos frecuentes. Por otro lado, la observación no deja de tener enormes limitaciones. Son más que frecuentes las manifestaciones de extrañeza y de apariencia de normalidad de un asesino en serie cuando se entrevista a sus vecinos al ser detenido por la Policía. A estos efectos cabe destacar las aportaciones del psiquiatra Kurt Schneider, quien consideró por primera vez que fuera de los casos de psicópatas que participaban en actividades delictivas y que, por tanto, poseían un alto grado de frialdad y embotamiento emocional, era frecuente que personalidades de este tipo vivieran fuera del ámbito criminal y que, sin embargo, tuviesen una vida social perfectamente normal.
- Un criterio de lo estándar, según el cual se establecen modelos de cómo deben ser las cosas o las personas, sobre la base generalmente de lo que es comúnmente aceptado por la sociedad. Así, lo normal es aquello que cumple con un patrón o modelo de referencia preestablecido de cualquier tipo (moral, ético, estético, físico, etc.). Sin embargo, es obvio que la información para determinar los criterios que nos ayudan a decidir todo esto proceden necesariamente de nuestros entornos y de sus características (extensión, variabilidad, calidad, etc.) y ello condiciona y limita enormemente nuestro criterio de delimitación de lo que es o no normal. Si se vive en una comunidad hermética el concepto que se tenga de normalidad será probablemente muy diferente a si se vive en una sociedad abierta.
Además, es evidente que dichos modelos varían en el tiempo y con las circunstancias llegando a ser completamente diferentes en distintas zonas del planeta aun en un mismo momento. El error consiste en considerarlos como indebidamente generales o, incluso, absolutos, universales e invariables. Conductas que ahora nos parecen aberrantes -y, por tanto, anormales- fueron completamente normales en otras épocas o lo siguen siendo en otros lugares. El infanticidio ha sido perfectamente normal en ciertas sociedades ante circunstancias de carencia colectiva de medios de subsistencia. Por el contrario, modelos aceptados como normales son profundamente perniciosos. La normalidad vivida aceptada mayoritariamente por la población alemana durante la época nacional-socialista (una de las sociedades más evolucionadas y cultas de aquel tiempo), ocultaron y propiciaron uno de los episodios de locura más terribles de la historia. El psicólogo Stanley Milgram llevó a cabo en 1961 un experimento que arrojó luz sobre esta cuestión concluyendo que cuando una persona obedece los dictados de la autoridad, su conciencia deja de funcionar y se produce una abdicación de la responsabilidad. Como se puede ver, el criterio de normalidad entendido como comportamiento estándar de una parte mayoritaria de la sociedad no sólo no evitó la comisión de atrocidades, sino que las camufló y amparó.
- Un criterio de lo natural, según el cual es normal aquello que se atiene a las reglas naturales, físicas o biológicas, considerándose anormal aquello que no se atiene a ellas. Independientemente de que dichos modelos son cambiantes y evolucionan, -por definición – son incompletos e incluso a veces, erróneos. Además, los paradigmas del saber de cada momento están sujetos a mucha más ideología de lo que parece y lo que se entiende comúnmente de ellos no dejan de ser frecuentemente toscas simplificaciones en las que cualquier nuevo dato que resulte contradictorio es sistemáticamente denostado y tarda mucho tiempo en ser incorporado al entendimiento general del fenómeno. Ejemplo de ello podrían ser la Frenología, ciencia comúnmente admitida hace 200 años que propugnaba que la forma del cráneo estaba inequívocamente relacionada con la personalidad del individuo hasta el punto de poder detectar a un criminal por la forma de su cabeza o aconsejar fijarse en la forma del cráneo al escoger esposa o marido.
La identificación de lo “antinatural” y “anormal” con lo “patológico” hace que mucha gente confunda estos conceptos. La patología no viene dada necesariamente por su desvío de la norma. Si bien es cierto que existen enfermedades mentales menos frecuentes como el folie a deux o el síndrome de Diógenes, también existen otras que sí son comunes como la depresión o las demencias. Asimismo, tanto lo normal como lo anormal pueden resultar ser patológico, doloroso e inadaptado en determinados individuos y, en ocasiones, sano, asintomático y adaptado en otros. Ejemplos de ello son la insatisfacción con la estética del cuerpo –fenómeno muy habitual– o vivir con ceguera -fenómeno poco habitual-, pudiendo cada uno entrañar un gran sufrimiento para unos y pudiendo ser perfectamente tolerable para otros. Por tanto, la calificación del comportamiento como patológico no viene dado por su desvío de la norma, sino porque subyacen mecanismos que comportan al individuo una restricción de su libertad –entendida como forma de enriquecimiento existencial que mejore las relaciones humanas inter e intrapersonales–. Así, lo enfermo solo supone un caso especial de lo anormal, donde lo significativo debe ser referido a la relación sujeto-objeto, y no a la simple variación cuantitativa de la norma.
- Un criterio subjetivo, donde la normalidad depende de la identificación de lo que se juzga con los comportamientos o características propias. Aquello que se parece a lo que nosotros somos, hacemos o pensamos tiene que ser normal. Al utilizar nuestra propia experiencia como referencia, tendemos a valorar como normales nuestras conductas. El problema es que … incluso un delincuente puede valorar como normales sus actos. Cuando este criterio es predominante, no hace falta ilustrar la falta de objetividad y la gran debilidad de este tipo de pensamiento.
Todos estos criterios expuestos, que hemos mencionado por separado a efectos expositivos, habitualmente se presentan mezclados; e, independientemente de sus limitaciones intrínsecas, sus virtudes como mapa de comportamiento se ven seriamente comprometidas.
Por ello, queridos lectores;
- Consideremos que nuestra tendencia natural a discernir entre lo normal y lo anormal sólo es un mecanismo de advertencia que debe estar sujeto a una evaluación racional posterior y, por ello, desconfiemos de él.
- Parémonos a pensar y evitemos la automatización de la consideración de aquello que no cuadra dentro de nuestros criterios de “normalidad” como peligroso, indeseable o inmoral.
- Consideremos que nuestra evaluación estará sesgada por nuestras limitaciones y las de nuestro entorno e intentemos evitar la pérdida de perspectiva.
- Identifiquemos que los criterios con los que calificamos no son absolutos e invariables tanto en el lugar como en el tiempo.
- Procuremos no establecer demarcaciones demasiado nítidas entre lo normal y lo anormal, sin considerar posibles estados intermedios. Mejor que nos lo pensemos dos veces. O tres.
Estamos en tiempos especialmente complejos, esta crisis sanitaria que vivimos nos hace cada día replantearnos lo que es y no es normal, os animamos a analizar la actualidad con la mayor de las adaptaciones posibles, ánimo con esta ardua tarea