

Lavarse las manos con frecuencia, mantener distancia de seguridad, llevar puesta la mascarilla, ventilar cuando estemos en sitios cerrados, desinfectar lo que pueda aquellas cosas que entren en casa… Parece que lo haces todo bien, y de repente un día te levantas con unas décimas, te hacen la prueba y… ¡positivo en COVID!
Probablemente una de las primeras cosas que te vengan a la mente es: «¿cómo es posible?», «¿dónde me he podido contagiar?», «si yo creo que lo hago todo bien: no doy besos ni abrazos, no comparto comida»… y a continuación, seguramente la siguiente cuestión que te plantees será ¿con quién he estado en los últimos días?». Empiezas a repasar la lista de posibles contactos que, aunque seguramente no sea larga, existe. Inevitablemente empiezas a preguntarte si podrías haber evitado ese encuentro, si mantuviste la distancia requerida, si existe la posibilidad de haber contagiado a alguno de tus seres queridos… y con todas esas cuestiones y pensamientos, aparece el sentimiento de CULPA.
Las campañas de publicidad, los mensajes en los medios de comunicación, carteles en los centros de salud, en los medios de transporte, por las calles…todo ello va encaminado a la concienciación y a mentalizarnos de la responsabilidad que tenemos frente a la evitación del contagio de este virus, y desde luego, así es. Pero ¿qué ocurre cuando sucede una secuencia cómo la descrita anteriormente? ¿nos convertimos en seres irresponsables?
No cabe duda de que ante una situación de contagio, cuando uno piensa que está siendo responsable, cabe preguntarse dónde ha podido estar el error para aprender de él, compartirlo con sus entorno y en la medida de lo posible, evitar que vuelva a pasar o que otras personas les pase lo mismo que a nosotros.
La culpa se define como una acción u omisión que provoca un sentimiento de responsabilidad por un daño causado. Basándonos en la definición parece casi imposible no experimentarla cuando de un contagio se trata, pero vamos a intentar poner en marcha estrategias para convertir ese sentimiento en algo que nos mueva al aprendizaje.
Es importante hacer una diferenciación entre aquellas personas que sí cometen actos irresponsables; acuden a fiestas sin mascarillas, se reúnen masivamente, comparten cigarros, comida o bebidas, visitan a personas de su entorno considerados/as vulnerables sin guardar las medidas de protección, no guardan la cuarentena cuando han tenido contacto estrecho con un positivo en COVID, etc. de aquellas personas que, como se relataba al inicio de este post intentan hacer las cosas bien y guardar las normas de seguridad y a pesar de eso, resultan contagiados o contagiadores.
- En el primer caso, sí estamos ante un hecho reprobable y es de suma importancia concienciar de la necesidad de llevar a cabo las medidas impuestas. En el segundo, la gestión debe basarse en el aprendizaje, darse cuenta, divulgar lo ocurrido para una vez más hacer hincapié en la importancia de ser cautelosos/as y manejar esa parte de incertidumbre con la que en la mayoría de las situaciones convivimos.
- Debemos aceptar que hay una parte de todo esto que quizás se escapa de nuestro control: ir a trabajar en transporte público, compartir baños, sentarnos en una mesa donde ha estado antes un compañero, compartir la mesa de un restaurante para comer y tener que quitarnos la mascarilla, etc. Al final existen multitud de situaciones «permitidas» que aumentan la probabilidad de contagio, todo esto sumado a la presencia de los famosos asintomáticos que complica el control de las situaciones y de la cantidad de cosas que de este virus se desconocen en cuanto a su propagación y forma de contagio.
Estamos viviendo una etapa donde debemos convivir con estas medidas, concienciarnos y en la medida de lo posible manejar estas situaciones de cierta incertidumbre. Si somos capaces de identificar posibles causas, debemos aprender de ellas y perdonarnos para poder seguir adelante y avanzar.