

Muchas personas creen que el cerebro humano medio utiliza solo un 10% de su capacidad: ¿lo descubrimos?.
De ello se deriva la idea de que, si las personas fueran capaces de aprovecharlo en su totalidad, es decir, si lograran poner en marcha ese 90% inutilizado, podrían multiplicar sus facultades mentales, como su inteligencia, su memoria o su habilidad para hablar idiomas.
Lo cierto es que, aunque nos guste pensar en las potencialidades de nuestro cerebro porque encaja con todo aquello que desearíamos conseguir: mejorar sin esfuerzo, saber cosas que nadie más conoce, destacar entre la multitud, lograr que otros hagan lo que nosotros queremos, etc., no existe ni una sola prueba científica que confirme tal afirmación. La teoría del uso del 10% del cerebro es una creencia falsa –un mito- que parece fundamentarse en toda una serie de malinterpretaciones que analizaremos a lo largo de este artículo. Veremos también ¿qué saben los científicos sobre la capacidad de nuestro cerebro? y ¿por qué sigue este mito gozando de tanta fama?
El mito: origen y refutación
“Neuromito” es un término acuñado en la década de los 80 para dar cuenta de aquellas ideas sobre el cerebro que, no habiendo sido probadas científicamente, dominaban en la cultura médica. La idea de que solo utilizamos el 10% de nuestro cerebro es uno de estos neuromitos y su origen se atribuye especialmente a la mala interpretación que se hizo de algunos descubrimientos de la Neurociencia entre los siglos XIX y XX. Veamos cuáles son:
- Por aquella época Santiago Ramón y Cajal descubrió que el cerebro está compuesto en distinta proporción por dos tipos de células: las neuronas, que ocupan alrededor del 10%, y las células gliales, que ocupa aproximadamente un 90%. En aquel momento se pensaba que las células gliales eran tan solo elementos de soporte y no cumplían ninguna función importante. A raíz de estos datos, muchos creyeron erróneamente que sólo las neuronas eran las encargadas de hacer funcionar el sistema nervioso, concluyendo que solo el 10% del cerebro era útil.
Hoy en día se sabe que, además de servir de sostén, las células gliales son imprescindibles para asegurar el mantenimiento de las condiciones homeostáticas y metabólicas de las neuronas. Si bien es cierto que no muestran fuertes cambios en su polarización eléctrica como hacen las neuronas, las células gliales funcionan constantemente. De modo que lo que sí que es cierto es que nuestro cerebro funciona en su totalidad -al 100%- y no en una pequeña fracción como dice el mito.
- Otro de los descubrimientos de la época fue que las neuronas se comunican a través de procesos eléctricos y químicos. Es entonces cuando nacen los primeros registros que captaban la actividad eléctrica del cerebro en un momento determinado. De ellos se observó que no todas las neuronas disparan continuamente y que una alta proporción de éstas está en reposo en un momento y no en otro. Debido a las limitaciones tecnológicas de aquel tiempo, tan solo quedaron registradas algunas áreas del cerebro. Aunque los científicos sabían que sus muestras representaban solo una parte pequeña del total, al interpretar sus informes muchos pudieron malentender que aquellas partes del cerebro que aparecían “apagadas” en los registros quedaban inutilizadas, siendo muy pequeña la magnitud de uso del cerebro (del 10%).
Hoy en día se sabe que las personas utilizan la totalidad de su cerebro, pero no todo el rato. Las técnicas más avanzadas en neuroimagen muestran que dependiendo de la tarea que se esté realizando, se activan más unas u otras regiones – ¡incluso durante el sueño! -. Es más, cuanto mayor sea el número de neuronas que se pongan a disparar en un mismo momento, mayor es la probabilidad de que se produzca un ataque epiléptico. En conclusión, el rendimiento del cerebro no depende de su porcentaje de activación.
- Un tercer motivo por el que pudo originarse este neuromito se debe a los primeros estudios sobre la localización de las funciones del cerebro. Los científicos encontraron regiones sensoriales dedicadas a procesar todo lo relacionado con los sentidos (vista, tacto, audición, etc.) y regiones motoras dedicadas a procesar todo lo relacionado con el movimiento (por ejemplo, a contraer un músculo). Sin embargo, existía un gran número de zonas que no encajaban en ninguno de los grupos y, por ello, muchos pudieron pensar que éstas eran áreas sin función alguna e inutilizadas.
Hoy en día la tecnología ha permitido comprender que el cerebro lleva a cabo muchas más funciones además del procesamiento de los sentidos y del movimiento. En él se procesa información del propio cuerpo (como la sensación de saciedad, el ritmo del latido del corazón, etc.), se ejecutan funciones elaboradas (como el pensamiento crítico, la planificación, etc.), es la fuente del lenguaje y de la memoria, entre otras muchas de sus facultades. Además de localizar el cometido de ciertas regiones que no podían detectarse en aquellos tiempos, los científicos han descubierto regiones dedicadas a conectar unas partes con otras -lo que se conoce como áreas de asociación- que, por supuesto, también tienen su utilidad.
Cabe mencionar, que la mayor parte de nuestras capacidades son inconscientes y, por tanto, imperceptibles e involuntarias. Es posible que el mito del 10% del cerebro se fundamente en el deseo de gobernar todos esos procesos que no pueden controlarse y que refuerzan el misterio sobre su funcionamiento. Pero, imagínate querido lector, que tuvieras que indicarles a tus pulmones cuándo deben inhalar y cuándo exhalar. Quizá sea mejor que dejemos las cosas como están.
¿Por qué se sigue perpetuando el mito?
Aun habiendo múltiples fuentes que lo desmienten, es muy probable que muchos de nuestros lectores lo crean o, al menos, lo hayan escuchado alguna vez. Ello puede deberse, por ejemplo, a que hayan visto películas conocidas de Hollywood como “Lucy” protagonizada por Scarlett Johanson o “Sin Límites” protagonizada por Bradley Cooper que, aun siendo de ciencia ficción, generaron en su momento cierta polémica.
Otra de las vías por las que se ha perpetuado esta creencia falsa es la de la atribución errónea a figuras con un gran prestigio (lo que se conoce como falacia de autoridad). Muchos creen que fue Albert Einstein quien propuso que el cerebro solo se utiliza en un 10%. Sin embargo, no existe ni un solo registro de tal declaración. En esta misma línea, también se ha asignado el origen a William James, al tergiversar las palabras que escribió en su libro “The energies of men” (1907) donde decía que “hacemos uso solamente de una pequeña parte de nuestros posibles recursos mentales y físicos”. El mismo Dale Carneige, autor de uno de los primeros best-sellers de autoayuda “Cómo ganar amigos e influir sobre las personas” (1936), menciona la cifra en el prólogo.
Al igual que las famosas fake news, los neuromitos tienen consecuencias en el devenir de la sociedad. Partidarios de ciertas pseudoterapias y movimientos New Age participan de la perpetuación de este mito para ofrecer libros, terapias y productos que prometen poner en marcha el 90% restante y estimular el desarrollo de poderes paranormales, como la telequinesia, la telepatía o el control mental. Un ejemplo de ello es Uri Geller, quien en su libro “El poder de tu mente” (1997) afirmaba que su capacidad para doblar cucharas con la mente se debía a que había logrado cultivar su potencial. Como él cientos de estafadores que presumen de ser capaces de violar las leyes de la física siguen manteniendo el mito a día de hoy con el fin de beneficiarse.
Entonces ¿podemos mejorar nuestras capacidades?
Consideremos que este mito responde a la creencia de un horizonte ilimitado para la especie humana, de una potencialidad infinita de ser capaces de hacer y resolver cualquier cosa. Ello nos aleja de una mirada objetiva y nos ancla a una visión infantil (todo lo podemos).
La realidad es que todas las personas utilizamos ya toda la capacidad de nuestro cerebro. Lo que nos diferencia a los unos de los otros, no es la cantidad de cerebro que utilizamos, sino la arquitectura de redes neuronales que poseemos. Todos los humanos venimos al mundo con una maquinaria prefabricada, preparada para desempeñar las mismas funciones, pero con pequeñas variaciones genéticas que la hacen única. Así, mientras que todos somos capaces de hablar, algunos tendrán más facilidad que otros para desarrollar esta habilidad. Posteriormente, con la edad adulta, el cerebro va sufriendo pequeños cambios en su estructura que dependen de lo que cada uno experimente a lo largo de su vida y que nos hacen diferenciarnos todavía más. Así las personas que leen con frecuencia tendrán más posibilidades de hablar mejor. Este fenómeno de restructuración cerebral se conoce como “neuroplasticidad”, si bien supone una auténtica ventaja evolutiva, debe ser entendido con sensatez. El cerebro no puede diseñarse para cualquier cosa. La plasticidad tiene sus propias limitaciones.
Consideremos todo esto para estimular una mejora realista de nuestras habilidades. En vez de empeñarnos en poner en marcha facultades desconocidas o capacidades olvidadas que, en realidad, no existen; pongamos esfuerzo en cuidar la calidad de la información que llega a nuestro cerebro y practiquemos aquellas cosas que nos importan y nos divierten. Podemos ser mejores dentro de nuestros límites.