

A pesar que desde la Psicología y la Sexología hay un acuerdo sobre la complejidad de conceptualización del deseo, éste se puede definir de forma sencilla como la motivación o impulso por repetir aquellas situaciones, pensamientos, prácticas etc. que le resultan satisfactorias y placenteras a una persona.
Durante años el deseo fue ignorado por profesionales y científicos/as ya que era irrelevante para la que hasta hace no tanto era la única función de la sexualidad: la reproducción. No obstante, gracias a su obra de 1979, Helen Singer Kaplan introdujo el deseo como una de las fases de respuesta sexual humana, previa a la excitación o el orgasmo, y colocó así, el foco sobre tan importante constructo.
De este modo, dotando al deseo de la importancia que merece, desde hace años, éste es un contenido habitual de numerosos manuales técnicos, obras de divulgación científica o reportajes y artículos en los medios de comunicación. Situación que ha llevado a que alrededor del mismo haya importantes mitos e ideas preconcebidas.
No es poco frecuente que en las consultas clínicas acudan parejas porque sus encuentros eróticos no tienen la frecuencia que marcan las estadísticas que salen periódicamente, que acuda una mujer porque «no le apetece realizar una determinada práctica con su pareja» o un hombre con grados altos de malestar porque «los hombres siempre tienen ganas» y a él no le ocurre.
Ante este planteamiento, hay una serie de ideas que es importante no olvidar.
El deseo es diferente de persona a persona, hay personas que tienen más deseo que otras sin que eso tenga nada de bueno ni de malo ¿cuál es la clave? La satisfacción con el propio nivel de deseo, así como el ajuste con la pareja, en el caso de que se tenga.
El deseo va cambiando a lo largo de la vida. Sabemos que hay situaciones vitales que pueden afectar al nivel de deseo de las personas: un aumento de responsabilidades en el trabajo, la reciente maternidad/paternidad, tener el estado de ánimo más bajo de lo habitual, tener problemas de pareja… Se considera totalmente normal que haya fases de la vida en las que la persona tenga más o menos deseo, de nuevo la clave vuelve a ser la vivencia que la propia persona hace de su nivel de deseo.
Por ello, la falta de deseo no necesariamente tiene relación con el disfrute de las relaciones eróticas, con el atractivo percibido del compañero o compañera, o con el hecho de poder estar manteniendo alguna relación fuera de la pareja, aunque en ocasiones, estas suelan ser las primeras atribuciones que se hagan.
Hay un acuerdo en Sexología sobre las diferencias sexuadas, es decir, las diferencias que pueden tener hombres y mujeres por el propio hecho de ser hombres o mujeres; así, cuando hablamos de comunicación, hablamos de bilingüismo sexual, y es que aunque desde luego, cada mujer y cada hombre son únicos, sabemos que los hombres y las mujeres (al igual que las mujeres y las mujeres, y los hombres y los hombres) pueden no expresar su deseo del mismo modo, algo que en ocasiones, puede llevar a una falta de entendimiento en pareja y por lo tanto, al desajuste.
Además, la conceptualización que se haga del deseo, irá muy unida a la conceptualización que se tenga sobre la sexualidad, de modo que si se parte de un concepto de sexualidad genitalizado y coitocentrista, el no mantener una determinado número de relaciones con penetración, puede ser un indicativo negativo; sin embargo, si se parte de un modelo de sexualidad amplio y desgenitalizado, el planteamiento puede cambiar sustancialmente, ya que se pueden tener deseo de muchas cosas diferentes, tanto en prácticas con otras personas como con uno/a mismo/a.
La clave por lo tanto, es la satisfacción con el propio nivel de deseo ¿y qué pasa si no estoy satisfecha/o? Por supuesto, los niveles de deseo son modificables, y para ello hay diferentes estrategias con grados diferentes de implicación y sistematización que pueden resultar de utilidad: desde unas pautas simples o un taller puntual, a un proceso de terapéutico, pasando por alguna lectura divulgativa de calidad.
Pero en cualquier caso, la pauta más importante que se puede transmitir a la hora de trabajar el deseo (independientemente de la forma de hacerlo) es la siguiente: la sexualidad es un valor por lo que requiere ser cultivada y cuidada, dedicarle tiempo y pensar en ella, siempre es el primer paso para que el deseo, pero sobre todo la satisfacción pueden estar presentes en nuestra vivencia de la misma.