

¡Sé feliz! ¡Disfruta al máximo!
¡Vive como si hoy fuese tu último día!
Estas tres frases son ejemplos de mensajes que recibimos constantemente de los medios de comunicación, las redes sociales, la publicidad y de miles de estímulos con los que nos cruzamos a diario. De hecho, muchas de las personas que tenemos a nuestro alrededor en la familia, los amigos, los compañeros de trabajo, seguro nos han dicho en algún momento mensajes de ánimo o apoyo que siguen esta misma línea:
¡no estés triste! ¡haz planes!
¡sal y diviértete!
Y nos lo han dicho, y también nosotros mismos hemos dado a otros estos mensajes, con la mejor de las intenciones pero seguramente sin ser conscientes de la que exigencia que estas frases suponen para muchas personas que las escuchan.
Ser feliz, estar contento y disfrutar de la vida es maravilloso, si. Pero sentirse triste, enfadarse, o experimentar envidia es tan frecuente como la alegría y el entusiasmo, sólo que se trata de emociones y sentimientos que no generan bienestar a corto plazo en el que las experimenta. Por este motivo, muchas personas piensan que si evitan sentirse de esta forma, podrán evitar dejar de sentirse mal y por eso en muchas ocasiones exclaman:
¡Quiero dejar de sentirme así!
¡Tengo que intentar que me afecte menos!
Sin darse cuenta, al verbalizar y por lo tanto, intentar conductualmente conseguir lo que estas frases expresan, estas personas estarán en realidad haciendo vanos esfuerzos por acercar el bienestar a sus vidas. El mero hecho de evitar estos estados emocionales provoca un sobreesfuerzo tal que a medio y largo plazo, produce mucho mayor malestar que experimentar estas emociones de “corte negativo” (no son malas ni negativas, sólo se encuentran en el polo opuesto o negativo a emociones como la alegría, la felicidad, el amor) en el momento en el que aparecen.
La búsqueda constante de la felicidad como una meta en sí misma, implica necesariamente la evitación del malestar, desde la creencia mal entendida de que felicidad y bienestar no pueden ser sinónimos de dificultades, problemas y crisis. Sin embargo, la felicidad no puede ni es un estado constante, estable y permanente en el tiempo ya que en la vida de cualquier persona hay acontecimientos (pérdidas, decepciones, rupturas…) que le hacen contactar con el estrés, el miedo, la tristeza. Estas emociones tienen una función adaptativa y sirven a los seres humanos de mecanismos de comunicación consigo mismos y con los demás. Por ello, si no se identifican, se expresan y se comparten, difícilmente podrán gestionarse y por lo tanto emprender el camino de la superación de aquello que los ha provocado.
Por todo ello, lejos de evitar el malestar como forma de encontrar el bienestar, las personas más felices son aquellas que se permiten convivir con ambos tipos de emociones y sentimientos y son capaces de buscar soluciones a todas ellas.
Ana Pérez Miguel