

Es razonable, adaptativo y habitual que madres, padres y familias tengan miedos. Cuando algo nos importa, muy frecuentemente intentamos protegerlo, anticipamos los posibles peligros para evitarlos y –en un intento de sacar de la ecuación cualquier posible daño- hacemos el ejercicio de controlar al máximo la situación; en este caso, para que los niños y niñas estén seguros/as, protegidos/as y a salvo.
La trampa es que en muchas ocasiones, estos miedos pueden marcar en exceso la educación de niños, niñas y adolescentes.
Una familia que tema (y funcione desde ese temor) que su hijo/a se caiga y se lesione, va a tender a evitar que el niño o la niña se suba a los columpios, juegue a ver si es capaz de trepar a un árbol o se apunte como actividad extraescolar a un deporte de contacto. Del mismo modo que una familia que tenga miedo a que su hija/o pueda verse en una situación de abuso sexual (y funcione desde ese temor), va a tender a no permitir a su pequeño/a que acuda a casas de amiguitos/as, que se quede a dormir en casa de familiares o que comparta espacios con adultos/as que no sean de la máxima confianza.
No voy a entrar en la disquisición de cómo –lamentablemente- en ocasiones son familiares o personas muy cercanas a los y las niñas los que cometen los abusos (este es un artículo que persigue dar claves de prevención, no analizar la realidad de los abusos). Pero hay una cosa que es evidente, la sobreprotección y el funcionamiento desde el miedo, en muchas ocasiones acaban siendo más contraproducentes que beneficiosos.
Si volvemos al ejemplo de la familia que protege de las caídas y las lesiones a su hijo/a, puede resultar fácil ver como con probabilidad, ese niño o niña crezca asustado/a, temeroso/a y no llegue a demostrarse, que a veces uno se cae, y que aunque hay que tener cuidado, una herida en la rodilla, no es el fin del mundo.
Desde luego, no insinúo que haya que despreocuparse ante el abuso sexual infantil y en ningún caso, diré que no haya que darle toda la importancia que tiene. Pero la sobreprotección de niños y niñas, ni es infalible, ni es beneficiosa. Sabemos que empoderarles, dotarles de estrategias y hacerles sentir seguros/as a través de sus propios recursos, funciona mucho mejor y además, les construye como adolescentes y adultos/as más autónomos/as, con mejor autoestima y más regulados/as emocionalmente.
Aquí es donde entra en juego la autoprotección, una estrategia que está demostrando una enorme eficacia y que es aplicable en la educación sexual infantil en las familias.
La autoprotección consiste en enseñar a niñas y niños 3 premisas básicas para que llegado el caso, ellas/os mismas/os puedan gestionar las posibles situaciones de abuso:
- Nadie puede obligarles a nada sin su consentimiento. “Si un adulto –u otro niño- quiere o te intenta tocar, besar o te pide que le enseñes partes de tu cuerpo o que le toques a él o ella, puedes decirle que NO si no lo deseas, no te apetece o crees que no es adecuado. Del mismo modo que decimos que no a jugar con la pelota cuando no nos apetece, incluso si ya hemos empezado a jugar, porque no nos gusta el juego o nos hemos aburrido, en los ejemplos anteriores, también podemos hacerlo.”
- Nada de lo que hagan con su cuerpo debería hacerles sentir mal. Son dueñas/os de su cuerpo, “mi cuerpo es mío”, y nada de lo que hagan con otras personas a través del mismo, debería nunca hacerles sentir mal, avergonzadas/os o culpables.
- Ante cualquier situación en la que se hayan visto envueltos/as o que les haya incomodado, siempre se lo pueden contar a una persona adulta de confianza que lejos de enfadarse con ellos/as, siempre les va a ayudar y a proteger. Introducir la idea de “malos secretos”: enseñarles que tienen derecho a tener intimidad y a no contarle todo a los padres, madres o familia es importante, pero indicarles que hay excepciones, y que hay determinados secretos que les pueden dañar, y que esos “malos secretos” hay que contarlos para protegernos, es una clave educativa que resulta muy útil.
Estas tres simples claves, enseñan a las y los niños desde muy pequeñitos/as a detectar y rechazar contactos inadecuados, a informar a sus familiares y profesores/as si “ha pasado algo” y a sentirse valedores de la toma de decisiones en lo referente a su propio cuerpo; algo que no solo les puede proteger si llegado el caso se vieran envueltos en una situación de posible abuso sexual, sino que además, es una base maravillosa para seguir construyendo una educación sexual de calidad.
Como ya indicaba nuestra compañera Isabel Rodero en el post “Cuéntame un cuento…”https://www.centrotap.es/?s=cuentame+un+cuento los cuentos como recurso didáctico pueden ayudarnos a trabajar muchos temas, y éste no es una excepción. Hay cuentos que pueden facilitar la construcción del diálogo con las/os más pequeños/as y empezar a educar en claves de autoprotección. Kiko y la Mano, Ojos Verdes o ¡Estela grita muy fuerte! Son algunos ejemplos que pueden resultaros interesantes y que os animo que investiguéis.
Esperamos que lejos de generar alerta, de traer a vuestra actualidad un tema que quizá no teníais muy presente o a asustaros por una realidad que a nadie deja indiferente, este artículo os ayude a sentiros con más recursos educativos y con un nuevo elemento que introducir en la hoja de ruta educacional para que los/as más pequeños/as crezcan y se construyan desde el bienestar.