

“Quién es culpable, quién responderá por ello…
Hay que reflexionar, no hay que darse prisa”
(V. Grossman)
A lo largo de nuestra vida, experimentamos situaciones en las que hemos tenido una fuerte discusión con alguien a quien apreciamos, hemos cometido errores que han podido perjudicar a otros/as, nos hemos equivocado realizando una tarea importante, hemos decidido hacer algo que resulta inconveniente, inadecuado, sin darnos cuenta de las consecuencias que esto conlleva (pérdida de relaciones personales, conflictos, etc). Pero, sin duda, hay una consecuencia de carácter emocional que pesa de manera insoportable, nos bloquea, nos paraliza, nos atrapa en un estado de sufrimiento difícil de gestionar: el sentimiento de culpa.
La culpa es la emoción que sentimos cuando hemos hecho algo que no se debe hacer (o no se ha hecho algo que se debe hacer). Ante estas situaciones, es frecuente que se activen ideas negativas que forman lo que se conoce como el ciclo de la culpa: “me siento culpable, merezco un castigo. Esto significa que soy una mala persona. Merezco sufrir.” Pero ¿por qué se tiene que sufrir tanto? ¿Es útil percibirse una mala persona? Es indudable que conceptualizarse en estos términos produce un malestar intenso y paralizador, que afecta a la autoestima.
El objetivo de este artículo es, precisamente, poder mostrar las claves que pueden ayudar a gestionar el sentimiento de culpa de una forma sana, responsable y que favorezca el autocuidado. Estas claves son:
- Realizar una autoevaluación ajustada. Puede que hayas hecho algo mal, pero esa conducta que condenas en ti mismo/a, ¿es en realidad tan terrible, tan inmoral, o tan equivocada? Si ese comportamiento lo hubiera llevado a cabo otra persona, ¿serías tan duro/a con él/ella?
- Distinguir el ser del hacer. Quizá hayas realizado alguna acción negativa, hiriente, irritante, pero eso no significa que seas una mala persona. Etiquetarse como “mala persona” no te ayudará a poder buscar soluciones eficaces para resolver los problemas.
- Aceptar que no somos perfectos. Dar por sentado que no debes equivocarte, fallar, que eres perfecto/a, omnisciente o todopoderoso/a conlleva percibirte en unos márgenes tan rígidos como irracionales. Somos seres humanos, y tenemos el derecho a equivocarnos.
- Desarrollar empatía con uno/a mismo/a. Es la capacidad de poder llevar a cabo una tendencia que favorece el camino del avance: la autocompasión. Poder comprender qué nos ha llevado a comportarnos de esa manera, y poder integrarlo sin hacerse daño.
- Saber discriminar entre la culpa anormal y paralizadora, de una sana sensación de remordimiento. El remordimiento se origina en la percepción adecuada de que se ha actuado intencional e innecesariamente de un modo nocivo, con respecto a uno/a mismo/a o a otra persona, que se han violado sus normas éticas personales. La diferencia entre un sentimiento y otro es que el remordimiento alude a la conducta y tiene como objetivo corregirla, mientras que la culpa apunta al “yo soy” como algo estable e, incluso, invariable en el tiempo.
Lo que resulta necesario cuando nos equivocamos y herimos a los demás, o a un/a mismo/a, es iniciar un proceso de reconocimiento, aprendizaje y cambio. De esta forma, podemos hacernos responsables de nuestro comportamiento, y aceptar las consecuencias de lo sucedido. Adoptar esta tendencia no sólo facilitará reparar el daño causado, sino que también denotará un grado de madurez, sensatez y responsabilidad que define a la persona.
“A la culpa le sigue la disculpa”