

Podríamos decir que como sociedad hemos avanzado en materia de sexualidad. Desde hace algunos años ha comenzado un movimiento de apertura y de visibilización de todo lo relacionado con el sexo, que antes hubiera sido inimaginable.
Se habla de diversidades, cada vez tienen más cabida los modelos de relación afectiva diferentes, las familias se plantean que la educación en sexualidad es algo relevante en la formación de niñas y niños, parece que las mujeres poco a poco van saliendo del doble rasero de evaluación de su sexualidad al que antes se las sometía sin excepción…
Y aunque esta evolución en ocasiones no es del todo real y se queda en palabras más que en cambios de actitudes o en acciones; por suerte (y estos son los primeros pasos aunque quede mucho por hacer), se disfruta de una libertad que hace algunas décadas, ni siquiera se atisbaba.
Sabemos que este avance no es casualidad, ya que tiene que ver con el esfuerzo de muchas personas y colectivos que han trabajado y luchado mucho para que hayamos podido llegar a este punto. No obstante, esta evolución va de la mano de una posible trampa, y es que este camino nos acerca a un modelo que también tiene peligros: el modelo de la prescripción.
De este modo, desde su idea básica de que la libertad y el vivir la sexualidad lo más plenamente posible es lo más importante, a veces nos saltamos la toma de decisiones individual y nos vamos al juicio. ¿A qué me refiero? A que parece que si una persona no ha tenido varias parejas, no tiene encuentros eróticos frecuentes, no prueba prácticas sexuales diferentes o no utiliza toda una gama de juguetería erótica en su día a día, tiene algún tipo de problema o barrera en la vivencia de su sexualidad.
Desde la Sexología, apostamos por el autoconocimiento, el descubrimiento y cultivo de los propios deseos, la mejora de la comunicación en pareja, la aceptación de cómo somos como seres sexuados… Por ello, salir de la prescripción y entrar en “el menú” puede ser una clave que nos ayude a vivir nuestra sexualidad desde el bienestar y la plenitud.
Pero… ¿qué menú? El menú de opciones que tenemos para vivir nuestra erótica (el territorio de los deseos) y nuestra amatoria (el territorio de las prácticas) de una forma positiva.
Así, entendiendo que el menú son opciones que sin ser mejores o peores tenemos a nuestra disposición, validando que a cada persona nos apetece y nos gusta comer cosas diferentes, que hay platos que queremos para nosotros/as solos/as y otros que nos gusta compartir, que a lo mejor no nos apetece probar todo lo que hay en la carta o que puede haber momentos en los que no tengamos mucha hambre; es más posible que los juicios y las presiones por cumplir las prescripciones se alejen.
Y esto ¿cómo se traduce en la práctica? Pues que quien quiera tener muchas parejas o muchas prácticas diferentes, maravilloso, que las tenga y que las disfrute (¡que para eso son!), pero que quien opte por otras opciones, pueda hacerlo sintiendo que su vivencia de la sexualidad es igualmente plena y puede ser igual de satisfactoria y placentera.
Por lo tanto, qué importante apostar por un menú amplio con variedad de posibilidades en el que sintamos que podemos movernos de forma única, individual y peculiar para llegar a conseguir que cada vez que vayamos a este restaurante, nos merece la pena y lo vivimos desde el bienestar y el disfrute.
¡Bon apetit!