

“Los niños ya no respetan a los mayores”, “tienen todo lo que quieren”…
En los últimos años es habitual escuchar este tipo de afirmaciones en entornos escolares y familiares al valorar el comportamiento de niños/as y adolescentes en las aulas, con sus amigos o familiares, pero ¿son los únicos que han cambiado? Esta cuestión hace que nos replanteemos si nuestra labor educativa está siendo eficaz y eficiente o ¿somos nosotros los que fallamos?
La sociedad avanza, se producen cambios en normas y roles sociales, actitudes, valores y, en consecuencia, en el modelo educativo que transmitimos a nuestros menores. La disciplina se ha entendido como severidad y castigo, siendo el método de aprendizaje elegido y defendido, durante mucho tiempo. Sin embargo, se desarrolló una vertiente totalmente opuesta en la que se defiende la permisividad y el aprendizaje a través de la exploración totalmente libre y no dirigida. ¿Cuál es más efectiva?
Apoyo, cariño y límites: Seguridad
Control excesivo ————-> Disciplina positiva <————— Permisividad
Los estudios realizados han comprobado que ambas metodologías, a largo plazo, tienen consecuencias contraproducentes en el desarrollo de los niños/as: el castigo se puede transformar en rebeldía o sumisión, mientras que la permisividad puede crear co-dependencia. Por tanto, tenemos que llegar a un punto intermedio en el que entendamos que poner límites es fundamental en la educación ya que nos ayudan a interiorizar normas, desarrollar autocontrol, resolver problemas, detectar fallos y a tolerar la frustración y estos, se pueden marcar desde el cariño y la confianza para conseguir responsabilidad y colaboración, a largo plazo. Este método de enseñanza se ha denominado disciplina positiva y su criterio principal es “amabilidad y firmeza al mismo tiempo”, es decir, al poner límites los adultos tenemos que ser amables para demostrar que respetamos a los niños/as y firmes, para respetarnos a nosotros mismos y demostrar que pueden confiar en nuestro criterio.
Con los límites conseguimos reducir las conductas no deseadas, mejorando el autocontrol del niño/a y, además, aumentamos su flexibilidad y adaptabilidad al incentivar que busque otras alternativas.
Por tanto, una disciplina eficaz:
- Es respetuosa y motivadora
- Los niños se sienten importantes y tenidos en cuenta
- Proporciona resultados a largo plazo
- Enseña competencias sociales como el respeto, interés por los demás, habilidad para resolver problemas, responsabilidad, participación y colaboración.
“Una mente disciplinada conduce a la felicidad, una indisciplinada al sufrimiento» Dalái Lama