

Lo que de ti no me gusta… Lo que a veces no soporto… Aquello que si mañana lo modificaras me supondría una enorme alegría… Aquello que haces, dices, piensas o sientes que a veces me incomoda, molesta o duele… Y SIN EMBARGO, TE QUIERO.
Creo que todos (o casi todos) podemos reconocernos en estas palabras. Supongo que no es arriesgado decir que no hemos conocido ni conoceremos a una persona que nos guste por completo, al 100%. Y no por ello dejamos de querer o amar a quien presenta, bajo nuestro punto de vista, defectos o debilidades.
Lo que de mí no me gusta… Lo que de mí no soporto… Aquello que si consiguiera mañana modificarlo me supondría una enorme alegría… Aquello que hago, digo, pienso o siento que me incomoda, molesta o duele… Y SIN EMBARGO, ME QUIERO.
Y en estas otras afirmaciones, ¿somos capaces de identificarnos? Sería lo idóneo, ¿no? No obstante, la aceptación hacia uno mismo sin duda no nos resulta tan sencilla de alcanzar.
- En el post de hoy queremos hablar de algo fundamental en la vida de las personas e íntimamente relacionado con el bienestar: LA ACEPTACIÓN. Y queremos aportar luz sobre la aceptación en dos versiones: hacia los demás y hacia uno mismo.
La aceptación tiene hasta cierto punto mala reputación en nuestra sociedad, como un signo de debilidad, porque hemos sido entrenados erróneamente a dedicar nuestras vidas a hacer más por mejorar, esforzarnos, superarnos o evolucionar (la exigencia y el perfeccionismo en muchos casos suponen un enorme lastre). Vivimos con la sensación de que, si en algún momento relajamos nuestro “control” y dedicación en este sentido, y dejamos de identificar de manera constante lo que no nos gusta, si dejamos de perseguir la mejora, incluso obligándonos a ello, si no seguimos luchando… todo en nuestra vida se colapsará y no seremos la mejor versión de nosotros/as mismos/as (por otra parte, esa versión que entendemos gustará a los demás).
Tratar de evitar aquello que no nos encaja, que nos desagrada, alejarnos de ello y optar solo por lo que nos ofrece tranquilidad y placer es una actitud completamente común, humana y natural, pero al mismo tiempo choca con la idea de que debemos mejorar lo que tenemos. Por lo que puede ocurrir que tratemos insistentemente de modificar aquello que no encaja con nuestro ideal, como ocurre cuando en una relación de pareja pensamos en que nuestro/a compañero/a modifique aquello que no nos gusta para estar mejor.
La aceptación es una de las actitudes dentro del Mindfulness, que implica ser consciente de lo que ocurre sin juzgarlo. Por tanto se traduce en no negar, evitar o tratar de que algo no pase, sino en observar, tomando conciencia de lo que emocionalmente me supone. No se trata de resignarse, sino de aceptar, de no resistirse a lo que “es”, y sobre todo, “tal cual es”, sin querer que sea como a mí me gustaría (vale para situaciones, personas…). Podemos desear que en el futuro las cosas sean diferentes pero en este momento las aceptamos tal cual son. A partir de ahí, con calma y sin resistencias, ganamos en capacidad para discriminar y decidir que sí podemos cambiar. Desde la aceptación canalizamos esa energía que podemos haber utilizado en una resistencia o lucha insana y nada productiva, en influir en el cambio que puede generar la mejora y el bienestar. Aceptarse es quererse, cuidarse, respetarse y no castigarse por no llegar a los estándares o exigencias que nos imponemos (o nos dejamos imponer).
Sin ninguna duda, podemos afirmar que la aceptación es un pilar básico no sólo en la percepción positiva de uno mismo, sino también en la relación con los demás:
- Si pensamos en una relación de pareja la aceptación es clave en la consecución de una relación sana: consiste en la aceptación de las cualidades del otro/a así como de sus defectos. La relación de pareja se inicia con el enamoramiento, donde resulta muy complicado percibir los defectos. Sin embargo, cuando empiezan a evidenciarse estos, y estamos dispuestos a aceptarlos sin decepcionarnos, se pasa de la etapa de enamoramiento a la de amor.
- Si pensamos en la amistad, o en las relaciones familiares, ocurre esto también. Si el vínculo afectivo se mantiene es porque compensa, es decir, las cualidades del otro –y cómo éstas revierten positivamente en la relación– superan las debilidades (de las que sin duda, somos conscientes).
¿Aceptar entonces significa no poder mostrar disconformidad con aquello con lo que no estoy de acuerdo o no me gusta, tanto en los demás como en mí? ¡En absoluto! Podemos ser conscientes y expresar aquello que nos gustaría que fuera diferente, pero en definitiva, cabe la posibilidad de que el otro no modifique, o yo no modifique, por lo que ahí el planteamiento sería trabajar sobre la posibilidad del cambio pero con la base de la aceptación.
Yo puedo aceptarme y quererme tal y como soy, pero seguro que muchos llegados a este punto se preguntarán: ¿y si los demás no lo hacen? Sin duda se activan miedos muy comunes en el ser humano (que como ser social que es, busca ser aceptado): a decepcionar a los demás, a no estar a la altura de lo que esperan de nosotros, a no gustar si nos mostramos como realmente somos… Seguro que en muchas ocasiones has sentido que tu valía como persona dependía de que cumplieras unas expectativas.
Aquí queremos apuntar en una dirección relevante que puede ser de ayuda para quienes estén en esta situación de temor a la evaluación negativa: y es que el estar a la altura o no, no depende en exclusiva de mí, sino del otro. No todas las personas tenemos la misma dificultad para aceptar a quienes nos rodean. Generalmente esta tarea resulta más complicada para quienes tienden a generar elevadas expectativas y las mantienen de forma rígida y consistente en el tiempo (al margen de nuestras muestras de carácter o tendencias naturales en nuestra forma de ser). Estas creencias y suposiciones acerca de cómo deben ser los demás se manifiestan en la mayoría de las áreas de la vida de manera constante por estas personas. Por lo que no necesariamente en casos como éste es mía la responsabilidad de no fallar, puesto que dependerá de la expectativa con respecto a mí que tenga la otra persona. Y en este punto cabría preguntarnos: el otro, ¿está trabajando la aceptación? Es nuestra responsabilidad asumir o no asumir mandatos, órdenes o peticiones que podamos recibir con respecto a los aspectos que “tendríamos” que mejorar. Nosotros podemos poner límites en relación con los demás de una manera sana y asertiva, lo que es un reflejo de valentía, tanto hacia la persona a la que queremos mostrarle esos límites, como con nosotros mismos.
Por lo tanto, clarifiquemos cómo podemos trabajar en lograr la aceptación:
- Para ser la mejor versión de uno/a mismo/a, miremos lo que nos está pasando, observando, sin juzgar, y valorar desde ese estado emocional, aquello que me gustaría mejorar
- Valorar quién soy, cuál es mi mochila, mis experiencias de vida, mis actitudes, mis valores, para entender y conocer que soy el producto de todo ello, y quererme de manera incondicional porque seguramente lo he hecho de la mejor manera que he podido o que he sabido
- Aceptar también es entender que todas las personas no tienen por qué valorar todo de mí, que su decisión de permanecer a mi lado, como yo al lado de otros, tendrá que ver con un mayor peso en los pros que en los contras.
- También es comprender que la aceptación de los demás con respecto a mi dependerá de las expectativas que ellos hayan generado (sobre las que yo no tengo control)
- Quedarnos en la queja no mejorará la situación. Puede que pensemos que nos alivia, pero en realidad sólo nos sigue empujando hacia abajo, hacia la tristeza y la desesperanza. En vez de esto, podemos preguntarnos: ¿Qué puedo hacer para resolver esta situación? Y si no podemos resolverla, ¿Hacia dónde o hacia qué puedo enfocar mi energía de manera más productiva? ¿Cuáles son los aspectos de la situación que sí puedo manejar? (los que tienen que ver con nosotros mismos)
- Es importante ser asertivo, lo que implica mostrar al otro que queremos permanecer a su lado siendo quienes somos, y que en caso de no ser posible porque el otro no lo acepta, lo lamentaremos, y nos tendremos que mantener distancia (física y/o emocional)
Como resumen, hemos querido en este artículo relacionar la aceptación de uno mismo con la aceptación de los demás, ¿y por qué? Porque la conclusión es clara: Y es que es fundamental que lleguemos a la clave de amarse para amar y aceptarse para aceptar, porque sin ninguna duda, el amor sincero, honesto y libre hacia los demás, surge de amarnos y aceptarnos incondicionalmente primero a nosotros mismos.
“La curiosa paradoja es que cuando me acepto tal como soy, entonces, puedo cambiar”
-Carl Rogers-