

La edad adolescente es un periodo evolutivo de especial relevancia, donde se van produciendo cambios en cada una de las diferentes áreas que engloban la vida de un menor, a nivel físico, cognitivo, conductual, emocional y en las relaciones sociales.
Ante estos cambios, no es sólo el adolescente el que se ve afectado si no que las personas de su entorno también viven estas alteraciones. Por ello, debemos ir adaptándonos al desarrollo del menor, ya que tratamos con niños/as que, gradualmente, se van convierto en personas adultas con sus propios intereses, sus propias necesidades y, por supuesto, su propia identidad.
Como decía Louise J.Kaplan en una famosa cita “la adolescencia es la conjugación de la infancia y la adultez”. En ocasiones, a las personas adultas puede resultarnos fácil olvidar que los adolescentes no dejan de ser niños/as relacionándose en contextos cada vez más complejos a los que se tienen que ir adaptando conforme van adquiriendo las habilidades necesarias para ello. Sin embargo, tampoco les podemos tratar como tal, y es ahí donde radica la mayor dificultad en la relación con ellos/a, si conseguimos que ésta sea positiva resultará más sencillo tener una influencia eficiente para él/ella. Debemos recordar que, si no tenemos una relación positiva con nuestro/a hijo/a, siempre tendremos la oportunidad de construirla.
Los chicos y chicas que se encuentran en las edades comprendidas entre los 11 y 21 años comienzan a madurar sus procesos mentales, lo que les lleva a querer investigar en un mundo lleno de cosas por revelar. La adolescencia es una etapa en la que la curiosidad, la necesidad de descubrir y conocer de forma autónoma e independiente al círculo familiar está muy presente.
Esta necesidad de indagar en lo desconocido y vivir sensaciones nuevas puede provocar que se lleven a cabo conductas que pueden considerarse de riesgo, como puede ser el probar diferentes sustancias como el alcohol, el cannabis u otro tipo de drogas, o tener sus primeros contactos con la sexualidad, dentro de una variedad de ejemplos de comportamientos que podemos encontrar. Cuando esto se produce, desde la postura del padre y la madre es importante saber cómo actuar en estos momentos en los que nos pueden albergar diferentes emociones como el miedo, la inseguridad, la incertidumbre, la vergüenza o, incluso, la sensación de fracaso por ser conocedores de que nuestros/as hijos/as están llevando a cabo un acercamiento a conductas que podemos ver como peligrosas, sobre todo si consideramos que aún no tienen los conocimientos o madurez suficiente para enfrentarse a ellos de una forma autónoma y segura.
El miedo a no saber cómo gestionar la situación de una forma adecuada hace que muchos padres no se atrevan a hablar con sus hijos/as cuando sospechan o han descubierto al menor en alguna de estas circunstancias mencionadas anteriormente.
Por ello, desde Centro TAP consideramos de especial relevancia facilitar algunas claves importantes a tener en cuenta en estos momentos:
- Intentar estar emocionalmente estables. Es muy importante no dejarnos llevar por la reacción emocional que nos suscita el momento, ni por criterios catastrofistas, debemos gestionar las emociones que aparezcan en nosotros para poder mantener la calma y hablar con nuestro hijo/a desde la serenidad y la seguridad.
- Fomentar la comunicación con el adolescente. Elegir el momento adecuado para llevar a cabo una conversación con nuestro/a hijo/a sobre lo ocurrido, reservando un momento de tranquilidad en el que ni el/la menor ni nosotros estemos alterados.
- Llevar a cabo una escucha activa en la conversación con el menor, desde la comprensión, sin realizar juicios hacia él/ella. Averiguar qué idea tiene sobre lo ocurrido, qué conocimientos tiene al respecto y en qué postura se encuentra ante este asunto, sin que tenga la sensación de que se encuentra en un interrogatorio.
- Proporcionarle información. Siempre va a ser más oportuno que nuestro/a hijo/a reciba la información correspondiente de nuestra parte a que la obtenga de alguien fuera del entorno familiar, donde no sabemos qué información obtendrá y si será la más saludable. Es importante que nos mostremos abiertos a resolverles todas las dudas que le surjan, aprovechando nuestra postura como adulto y nuestro mayor conocimiento ante la temática a tratar.
- Mostrar que nuestra preocupación se produce, principalmente, por su salud y su bienestar general. Indicar la importancia de las consecuencias que esta conducta puede acarrear en otros ámbitos de su vida, y la influencia que puede haber entre cada uno de ellos.
- Manifestar apoyo y confianza al menor. Hablar con cercanía y respeto mutuo, que el menor pueda percibir que estamos ahí para ayudarle, no para reprocharle, y que puede confiar en nosotros/as para lo que necesite. Señalar también la confianza que, por nuestra parte, depositamos en él/la a la hora de poder gestionar la situación de una manera adecuada.
- Establecer normas y límites en casa. Si no se ha hablado anteriormente sobre ello ni se han interpuesto reglas al respecto, es oportuno que comencemos a fijarlas de forma consensuada, donde el adolescente participe en su implantación, y sea un acuerdo respetado.
La adolescencia puede ser una etapa complicada para menores y adultos, pero llevar a cabo estrategias para que exista una relación positiva facilitará que cada uno de los pasos a dar se dirija hacia el progreso común.
“Los jóvenes siempre han tenido el mismo problema; cómo ser rebelde y conformarse al mismo tiempo” Quentin Crisp