

En nuestra sociedad, entendemos la felicidad como la ausencia de malestar, y todos/as (o casi todos/as) aspiramos a alcanzarla: no queremos sentirnos mal.
Además, existe cierta presión social por ser felices, por lo que tratamos de proyectar una imagen de felicidad permanente, aunque estemos atravesando por un momento complicado. Consideramos que lo normal y sano es estar siempre bien, evitando el sufrimiento.
En consecuencia, cuando sentimos malestar, tendemos a asumir que somos los únicos que lo pasamos mal, que el problema está en nosotros (porque los demás -supuestamente- sí están contentos/as) y nos repetimos que no deberíamos sentirnos así.
Y es aquí cuando comenzamos a poner en marcha una serie de mecanismos para intentar mitigar nuestro sufrimiento. La principal estrategia que adoptamos consiste en controlar nuestros pensamientos y sentimientos, ya sea modificándolos, bloqueándolos, buscando distracciones, evitando determinadas situaciones, etc. Pero estos mecanismos frecuentemente no funcionan, ya que el control de nuestros pensamientos y sentimientos no siempre está en nuestra mano (seguro que ya lo has experimentado en algún momento…). De esta manera, conectamos con la frustración y entramos en bucles infinitos encaminados a frenar nuestro malestar. Sin embargo, estos bucles, lejos de acercarnos al bienestar, nos alejan del mismo.
Pero ¿qué estamos haciendo mal? ¿Por qué somos una de las generaciones que más se ha preocupado por alcanzar la felicidad y, sin embargo, las estadísticas y datos nos indican que vamos en dirección contraria?
- El principal problema es que partimos de una premisa falsa: que podemos estar siempre felices, sin sentirnos mal en ningún momento. Con frecuencia se nos olvida que lo normal no es estar siempre bien, sino que felicidad y sufrimiento son dos caras de una misma moneda: la vida. La vida conlleva momentos de malestar, que forman parte de la experiencia humana.
Incluso en nuestros proyectos más ilusionantes, como pueden ser formar una familia, crear una empresa, iniciar una vida en pareja, hacer un gran viaje o embarcarse en una nueva afición (entre otros muchos ejemplos) surgirán momentos de miedo, estrés, dudas, inseguridad, conflictos, etc. Resulta imposible construir una vida más satisfactoria sin estar dispuestos/as a tener sentimientos desagradables.
En resumen, estamos persiguiendo un objetivo inalcanzable, que creemos que el resto sí está logrando, y conectamos continuamente con la frustración y la culpa por no conseguir lo que se supone que deberíamos ser capaces de lograr.
¿Y qué podemos hacer para sentirnos mejor?
- Permitir y aceptar el malestar inherente a la propia vida. Esto es, aceptar la vida con sus luces y sus sombras, asumiendo que existen cuestiones que no se encuentran bajo nuestro control (como situaciones externas no deseadas o, en ocasiones, nuestros pensamientos y sentimientos).
- Reducir los ataques a uno mismo/a. A menudo magnificamos el malestar propio de la situación añadiéndole el que nos generamos al machacarnos por sentirnos así. Si nos permitimos sentir cierto malestar, paradójicamente éste se reducirá.
- Diferenciar aceptar de resignarse. Resignarse supone quedarse paralizado/a ante todo lo que nos ocurre. Aceptar, por el contrario, consiste en reconocer y no luchar contra lo que está fuera de nuestro control, llegando a aprender de ello.
- Poner el foco en lo que sí está bajo nuestro control. Tratamos de sentirnos mejor alterando nuestros pensamientos y sentimientos, pero ya hemos dicho que a menudo tenemos poco control sobre estos eventos, especialmente cuanto son de alta intensidad. Sin embargo, tenemos gran capacidad de control sobre nuestras acciones.
- Dirigir correctamente nuestras acciones, de forma comprometida, a la construcción de todo aquello que es importante para nosotros/as. Es decir, poniendo como guía los valores personales: ¿cómo quiero ser y actuar en cada una de mis áreas vitales? ¿cómo quiero verme actuando en esta situación? Esto nos conectará con la satisfacción personal de estar actuando coherentemente con nuestros valores.
- En resumen, redefinir nuestro concepto de felicidad y, por tanto, nuestro objetivo vital, entendiendo que la felicidad se encuentra en poseer una vida plena, con sentido, en la que nuestras acciones estén encaminadas a conseguir y cultivar lo que verdaderamente nos importa. Independientemente de que las sensaciones desagradables aparezcan por el camino (que seguro que lo harán).
“El amor conlleva sufrimiento porque lo puedes perder, pero negarse al amor para evitar el sufrimiento no lo soluciona, ya que se sufre por no tenerlo. Entonces, si la felicidad es el amor y el amor es sufrimiento entonces, digo, ¡la felicidad es sufrimiento!”. Amor y muerte, Woody Allen.
Recursos para profundizar en la temática:
- Harris, R. (2010). La trampa de la felicidad. Deja de sufrir, comienza a vivir.
- Hayes, S. (2013). Sal de tu mente, entra en tu vida.