

Adolescencia: etapa del desarrollo donde la persona transita desde la infancia al mundo adulto. Es un periodo clave en la vida de la persona, pues se produce una transformación a varios niveles, como físico, cognitivo y social.
Podemos igualar la palabra adolescencia a la palabra cambio.
Explorar: proceso por el cual se recorre, estudia o investiga un lugar, persona, objeto o fenómeno poco conocido para aprender y descubrir sobre el mismo.
¿De qué manera están relacionados ambos conceptos?
- La exploración constituye la base del aprendizaje y el desarrollo. Desde que nacemos, exploramos el mundo que nos rodea. En función de nuestras capacidades físicas y cognitivas, ese mundo se va ampliando, lo que nos permite ir evolucionando al ir adquiriendo nuevas habilidades, conocimientos y estructuras mentales.
- Al principio, se reduce al propio cuerpo, luego a los objetos que podemos ver y alcanzar, más adelante a aquellos lugares a los que podemos llegar gateando, hasta que, en la adolescencia, la exploración alcanza su máximo esplendor.
¿Por qué es importante tenerlo en cuenta?
- Entre los 11 y 21 años, se inicia un periodo de madurez de los procesos mentales, los cuales culminarán en la construcción del autoconcepto, la elección de los valores, la vocación profesional y la identidad de género, entre otros.
- Para que esto tenga lugar, los adolescentes, necesitan indagar, investigar y descubrir una multitud elementos en ambientes diversos que van a facilitar este proceso de identidad.
En definitiva, necesitan probar y experimentar
- Por ello, aumenta la necesidad de intimidad, demandan más autonomía e independencia, comienzan a preocuparse por asuntos políticos y sociales y aparece un desplazamiento del foco social de la familia al grupo de iguales.
- Si como padres y educadores, entendemos que esta experimentación y exploración es un proceso natural y necesario, signo de desarrollo y con una función evolutiva, podemos acompañar a los adolescentes posicionándonos desde sus necesidades y no desde la alarma y la preocupación.
- Esto último es habitual que ocurra, porque en muchas ocasiones, no estamos de acuerdo con los caminos que eligen explorar. Porque no nos gusten, por desconocimiento, porque puede que no nos parezcan adecuados, quizás veamos otras opciones como más beneficiosas para ellos, o directamente, porque los consideremos peligrosos.
Entonces, ¿Cómo lo hago?
- Interesarse, preguntar y comentar sobre los objetos de interés:
Esto facilitará que tengamos información acerca de lo que hacen y que podamos comprenderles, o al menos, ponernos en su lugar, al mismo tiempo que el adolescente se sienta escuchado y tenido en cuenta.
- Mantener una comunicación desde la calma:
Muchas veces las cosas que comparten con nosotros nos alarman y preocupan y si respondemos desde ese estado alterado, seguramente los alejemos y no vayan a seguir haciéndonos partícipes de su mundo. Hay que intentar regular esa emoción y poner límites necesarios y adelantar posibles consecuencias, pero lejos de culparlos o etiquetarlos de irresponsable, inconsciente…
- Proporcionar la información de la que disponemos, e investigar si hace falta:
Como adultos tenemos más conocimientos y experiencias que ellos, aunque los menores crean que su vivencia es única y no lo validen, estamos mostrando un modelo de comportamiento que pueden tener en cuenta.
- Manifestar confianza en ellos:
Es muy importante que los menores sientan que confiamos en ellos, eso va a facilitar que se perciban seguros y con recursos para afrontar los diferentes sucesos que vayan aconteciendo.
Además, del mismo modo que lo hacemos nosotros, nuevamente funcionamos como modelo y aumentamos la probabilidad de que ellos confíen en nosotros para compartir sus experiencias.
- Apoyo y aceptación incondicional:
La clave imprescindible es mostrarse disponibles y estar ahí cuando nos necesitan. Tanto si se han equivocado como no, si se han saltado las normas y han hecho cosas que nos parecen imperdonables, es importante que también podamos acompañarlos en estas ocasiones.
Por supuesto, podemos imponer consecuencias y reprobar la conducta, pero siempre desde una disciplina positiva y respetuosa, que proteja su identidad y nuestra valoración positiva sobre nuestras propias actuaciones y desarrollo rol parental.