

“No te preocupes”, “no llores”, “no vale la pena enfadarse”, “tranquilo, es una tontería”, “anímate”, “no te puedes poner así por eso”, etc. son expresiones que se utilizan con mucha frecuencia para tratar de ayudar o de calmar a quien no se está sintiendo bien. Sin embargo, cuando es uno mismo su receptor es fácil caer en la cuenta de que, en realidad, estas frases no ayudan para nada. Es más, a veces, incluso intensifican el malestar y frustran. ¿Por qué? En este post analizaremos cómo desarrollar capacidades para la validación, el refuerzo y la gestión emocional.
Sentir es útil
- Lo que sentimos es algo que no depende directamente de nuestra voluntad. Cierto es que una vez que una emoción se ha disparado contamos con recursos para articular voluntariamente una respuesta, pero esa es otra historia. Las emociones tienen siempre un disparador, un estímulo interno o externo que las precipita. No emergen sin motivo.
- El ser humano está biológicamente fabricado para experimentar emociones. Las emociones son dosis fugaces de información que varían en intensidad (hay emociones que producen más energía que otras) y en el nivel de agrado o desagrado que producen. Con el fin de simplificar la vida y optimizar la supervivencia, el cerebro evalúa todo en términos de peligrosidad o beneficio personal. Cuando un estímulo es potencialmente peligroso, el cerebro genera emociones desagradables (por ejemplo, asco o miedo) que orientan el comportamiento hacia el rechazo o a la evitación. Cuando un estímulo es potencialmente beneficioso, el cerbero genera emociones agradables (por ejemplo, alegría o curiosidad) que conducen al acercamiento. De este modo las personas podemos movernos por el mundo con agilidad y eficacia sin tener que pararnos a analizar consciente y detalladamente las consecuencias de interactuar con los millones de estímulos con los que nos topamos cada segundo.
- En este sentido, decir que las emociones son buenas o malas, correctas o incorrectas, positivas o negativas es rotundamente falso y responde a interpretaciones culturales. En el contexto occidental actual (la cultura del bienestar) el malestar (o sufrimiento) es representado como el polo opuesto al bienestar (o felicidad) y se asume que si hay sufrimiento no hay bienestar y, por el contrario, si hay bienestar no hay sufrimiento. Desde esta lógica, el individuo nacido en estas sociedades convive en un eterno combate por alejarse del malestar en cualquiera de sus versiones (pensamientos, emociones, recuerdos…). La ciencia niega esta dicotomía y admite la coexistencia de las emociones agradables y desagradables como una cuestión de grados mucho más compleja que tiene una función adaptiva para el individuo: la de evaluar la información y dirigir el comportamiento.
- En su libro El error de Descartes, Antonio Damásio, neurólogo y premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica, relata sus encuentros con diversos pacientes que habían sufrido lesiones en las regiones del cerebro encargadas del procesamiento emocional. Damásio observó que todos ellos tomaban decisiones torpes, se dispersaban y que las decisiones más triviales acaban convirtiéndose en decisiones complejas. La incapacidad de estas personas para saber qué les agrada y qué no, les impedía decidir qué era mejor o peor para ellas. En otras palabras, sin emociones el espacio de elección no se agota y ninguna opción gana sobre otra. Esto llevó a Damásio a concluir que las emociones actúan como una brújula interna que guía de manera rápida y adaptativa hacia una decisión. La activación de las emociones impone restricciones al sistema elector y de este modo se descartan las opciones no convenientes.
Invalidar paraliza, validar moviliza
Volviendo al principio, aunque las intenciones sean buenas, las expresiones citadas anteriormente pueden hacernos sentir equivocados y solos. En el desahogo las personas buscamos la mayor parte de las veces compañía y conexión con otros. Cualquier emoción desagradable nos hace pensar en todo tipo de opciones en torno a una solución y la mayor parte de los consejos que nos dan probablemente ya los habremos sopesado. Cuando invitamos a alguien a que no se preocupe, a que se anime o a que no llore, en realidad le estamos sugiriendo que cambie sus sensaciones. Simbólicamente le comunicamos que lo que siente debería ser distinto, que es incorrecto, incómodo, inaceptable o que no es comprensible lo que le pasa. Invalidar resta valor a lo que siente la otra persona y le hace paralizar su brújula interna, puesto que lejos de identificar qué necesita o qué prefiere, se dispone a remprimir su estado emocional.
- Según la RAE el verbo validar hace referencia a la acción de hacer válido y algo es válido cuando es recibido, creído, apreciado o estimado. En otras palabras, validar consiste en el acto de legitimar el derecho de otra persona a sentirse como se siente. Es corroborar su importancia. Es comunicarle al otro que es aceptable que sienta lo que está sintiendo. Validar ayuda a tomarse en serio las emociones y a no desatenderlas.
Las personas manejamos nuestras emociones bien a través de un diálogo interno o bien a través del diálogo con otra persona. Validar a los demás ayuda a que se expresen, a que ordenen sus ideas, a que evalúen y contrasten posibles soluciones y a que decidan. Validar además refuerza la confianza, crea un buen ambiente para la comunicación y permite estrechar vínculos.
Cómo validar a los demás
A continuación, se propone una secuencia de tres pasos:
- Paso 1. Escuchar activamente. El término escucha activa fue acuñado por el psicólogo estadounidense Carl Rogers para describir una forma de comunicación que demuestra al hablante que el oyente le ha entendido. En otras palabras, para validar adecuadamente es condición sine qua non prestar atención de manera diligente a lo que el otro tiene que decir y participar del diálogo haciéndole percibir que se le está escuchando. Con esta expresión Rogers evidenciaba el desafío que comporta la escucha, puesto que en la práctica las personas suelen estar más pendientes de sí mismas (de sus pensamientos, de preparar su próximo comentario, de buscar argumentos que refuten los del otro cuando hay desacuerdo, etc.). que de lo que el otro tiene que decir, lo cual refleja una enorme pasividad.
La escucha activa requiere de: (a) la disposición interna real a presenciar la emoción del otro sin tratar de modificarla y (b) de la expresión explícita de interés (por ejemplo, mirándolo, orientando el cuerpo hacia él, asintiendo con la cabeza, utilizando onomatopeyas [ajá, mh, etc.], parafraseando, repitiendo sus palabras y/o resumiendo lo que dice).
- Paso 2. Aclarar y contextualizar. Todas las personas circulamos por la vida acompañadas de un “equipaje psíquico propio” que media en la forma en la que nos vamos relacionando con el mundo. Conocer el equipaje que cargan las personas con las que interactuamos nos ayuda a entender mejor porqué se sienten como se sienten y actúan como actúan. Para validar bien es necesario empatizar correctamente y ello obliga a tomar en consideración la historia y las circunstancias del otro.
¿Qué te ha hecho sentir así?, entonces ¿esto es así?, ¿lo he entendido bien?… son algunas de las preguntas que pueden formularse con el fin de aclarar y darle un sentido a la información.
- Paso 3. Identificar las necesidades no cubiertas para orientarlo hacia posibles soluciones. Cuando una persona inicia con nosotros un diálogo en tono de desahogo tenemos la mala costumbre de irnos directos a proponerle soluciones (nuestras soluciones). Normalmente ofrecemos las soluciones que creemos que a nosotros nos ayudarían o que nos han ayudado alguna vez, pero ello no garantiza que acertemos. Para no caer en tal error es imprescindible asumir que lo que para uno es útil en un momento dado, no tiene que serlo para el otro.
Las emociones señalan el requerimiento de una determinada respuesta. Preguntar qué necesitas o cómo puedo yo ayudarte ayuda al hablante a que identifique sus necesidades y promueve la preparación de una solución personalizada (la suya).
- El equipo de profesionales de Centro TAP podrá entrenar tu capacidad para identificar, escuchar, clarificar y validar si así lo deseas, estas habilidad, las llamadas soft skills, podrán proporcionarte gestión y regulación emocional y social, para que puedas desarrollarlas tanto en contextos laborales, de pareja, familiares y por supuesto con tus amigos.