

Cuando sufrimos de ansiedad, la falta de aire puede hacernos pensar que vamos a morir por ahogo. Sin embargo, nada es lo que parece. Conocer el funcionamiento de este síntoma es fundamental para comprender que no es peligroso.
- La percepción subjetiva de ahogo, de falta de aire o de dificultad para respirar se conoce como “disnea” y es uno de los síntomas más comunes del pánico. Cuando la disnea se produce, puede llegar a ser muy desagradable e incluso aterradora si uno sabe a qué se debe. Muchos llegan a atribuir este síntoma a un problema orgánico, como un infarto, y temen la muerte. Sin embargo, cuando la disnea es producida por ansiedad, no solo no es peligrosa, sino que además es perfectamente controlable por uno mismo. Veamos cómo y porqué.
Miedo, ansiedad y pánico
Para analizar el síntoma antes se debe hablar de su causa y, para ello, es importante distinguir entre el miedo, la ansiedad y el pánico.
- El miedo es una emoción que se desencadena ante la percepción de un peligro real, fácilmente reconocible e inminente y que prepara al organismo para protegerse (huir o luchar) rápidamente. Así ocurriría, por ejemplo, cuando al observar la intención de ataque de un animal peligroso, la persona huye y se esconde. La sensación de miedo cesa en cuanto la amenaza desaparece.
- La ansiedad es una emoción semejante al miedo. Sin embargo, a diferencia de éste, la ansiedad se produce cuando el cerebro anticipa la existencia de una amenaza. Así ocurriría, cuando al pasear por un parque de noche, la persona camina tensa ante la posibilidad (futura) de encontrarse con un animal peligroso. Por ello, la respuesta de la ansiedad no es la protección, sino la vigilancia.
Dado que la ansiedad se presenta de manera precoz (antes de que exista una amenaza real), se puede decir que la amenaza por la cual se desencadena es, a menudo, imaginada.
- Por su parte, el pánico (o “ataque de pánico” o “crisis de ansiedad”) hace referencia al episodio súbito de ansiedad y miedo. Es decir, el pánico tiene la característica de producirse en ausencia de un peligro real (como la ansiedad) y genera una respuesta de protección (como la del miedo). Así ocurriría, cuando inesperadamente y sin causa externa, una persona comienza a tener toda una serie de síntomas que alcanzan su máxima expresión en cuestión de minutos, quedando su cerebro secuestrado por el miedo y necesitando una respuesta de protección inmediata.
Los síntomas más característicos del ataque de pánico son:
- Palpitaciones, golpeteo del corazón o aceleración de la frecuencia cardiaca.
- Sudoración.
- Temblores o sacudidas.
- Sensación de dificultad para respirar, de falta de aire o ahogo (disnea).
- Dolor, molestias u opresión en el tórax.
- Náuseas o malestar abdominal.
- Sensación de mareo, inestabilidad, aturdimiento o desmayo.
- Escalofríos o sensación de calor.
- Parestesias (sensación de entumecimiento o de hormigueo).
- Desrealización (sensación de irrealidad) o despersonalización (sensación de “separarse de uno mismo”).
- Miedo a perder el control o a “volverse loco.”
- Miedo a morir.
Cuando el ataque de pánico desaparece, es común sentirse fatigado y exhausto.
La respuesta del organismo: prepararse para huir o luchar
Cuando se produce un ataque de pánico, el cerebro, automáticamente, pone en marcha al organismo para protegerse. Con el fin de dotar a los músculos de las extremidades de la mayor potencia posible (por si hubiera que huir o luchar), el cerebro indica a los pulmones que aceleren el ritmo respiratorio para enviar oxígeno (O2) extra a la sangre, que después será empleado como energía para los músculos. Si bien este proceso es sumamente eficaz cuando hay peligro, debe recordarse que un ataque de pánico se produce sin la existencia de una amenaza real. De ahí que la respiración acelerada acabe alargándose más de lo necesario, dando lugar a lo que se conoce como hiperventilación.
La hiperventilación produce disnea
La hiperventilación consiste en una respiración más rápida y profunda de lo habitual. Cuando se hiperventila, la persona incrementa su ritmo inspiratorio, aumentando la frecuencia de inhalación de aire en pequeñas cantidades o generando inspiraciones grandes y profundas. La hiperventilación lleva a que los pulmones introduzcan O2 por encima de las necesidades del organismo, lo cual acaba por alterar el funcionamiento normal del cuerpo:
- Normalmente, tras inhalar, el proceso que permite llevar el O2 al resto de cuerpo genera dióxido de carbono (CO2). Éste es el gas que se exhala al completar la secuencia de respiración.
- Cuando se hiperventila, la entrada excesiva de O2 impide la correcta exhalación de CO2, que empieza a acumularse. El CO2 en cantidades anormales resulta tóxico para el cuerpo y dispara la alarma del cerebro, que al identificar el problema tratará de solucionarlo de manera inmediata. Para ello, lo que hará es reducir el impulso de inhalación, tratando de disminuir las cantidades excesivas de O2 y buscando que mediante la exhalación se recuperen los niveles normales de CO2. Esto significa que mientras se está hiperventilando el cuerpo comenzará a “negarse” a tomar aire como lo estaba haciendo.
He aquí la paradoja del pánico: el problema no es que nos falte el aire, sino que tenemos aire en exceso
Si no se conoce este proceso, lo más común es que la persona, al notar que su cuerpo le pone dificultades para inhalar, interprete que va a asfixiarse, se ponga todavía más nerviosa e insista conscientemente en coger más aire. Esforzarse por inhalar O2 le conducirá a mantener el estado de hiperventilación y, con ello, seguirá aumentando la sensación de ahogo (disnea) y, consecuentemente, el pánico.
El proceso mediante el cual el organismo busca dificultar la inhalación de oxígeno es desagradable, pero no es en absoluto peligroso. Por el contrario, es la manera que tiene el cuerpo volver a un estado de normalidad.
Solución: ayudar al organismo al reducir los niveles de CO2
Ante los efectos tóxicos de la hiperventilación, el organismo dificulta la inhalación produciendo disnea. Si es la primera vez que sucede, lo más aconsejable es acudir a un médico para que confirme que la disnea se debe al pánico y no a una enfermedad orgánica. En el caso de que la disnea venga producida por el pánico lo que se debe hacer es:
- Comprender el problema y, por tanto, el proceso biológico que se esconde detrás del ataque de pánico tal y como se ha explicado en este artículo.
- Comprender que el problema está en el exceso (y no en la falta) de O2 y en los efectos derivados de ello (acumulación de CO2).
- Comprender que la disnea no es un efecto peligroso y que la percepción de falta de aire no es más que el método natural que tiene el cuerpo para recuperarse.
Ayudar al organismo a expulsar el CO2 acumulado. Para ello se debe:
- Evitar la inhalación acelerada.
- Regular la respiración (inhalación y exhalación) a un ritmo acompasado. Por ejemplo, inhalar durante 5 segundos y exhalar durante 5 segundos repetidamente.
- Concentrar el pensamiento en la respiración. Es importante no creerse todo lo que uno piensa, pues a menudo nos vendrán ideas del tipo “te estás ahogando”, “¿y si esto no funciona?”, ¿y si me da una crisis epiléptica?”, etc. El cerebro es tremendamente bueno para anticipar catástrofes y la anticipación es la antesala de la ansiedad.
- Para mejorar la expulsión de CO2 mediante la exhalación, diversos estudios demuestran que la respiración nasal es mucho más efectiva.
- Utilizar todos los músculos implicados en la exhalación, especialmente el diafragma. Para ello, resulta de gran utilidad observar cómo se hincha y deshincha el estómago a medida que se inhala y exhala.
Algunas personas tienen solo uno o dos ataques de pánico a lo largo de sus vidas, quedando resuelto el problema cuando cesa la situación amenazante. Sin embargo, otras personas sí tienen ataques de pánico inesperados y recurrentes y desarrollan un miedo permanente a sufrir otro ataque. En tal caso, es posible que se tenga una afección conocida como “trastorno de pánico” que conviene consultar con el especialista.